Trece años tenía, el día que aquella niña
atravesó con sus pies, el Paseo de Gracia.
Trece años, en los que la vida comenzaba
a soñar cuentos de cielos y miradas.
Y deseo subir a la cima de la fachada
adornada de curvas y cientos de vainas,
para acariciar a eternos soldados
cuyos entes guerreros, vivían en el tejado.
Han pasado veinticinco años
y hoy la niña vestida de flores,
cruza el patio de luces, encantado
de encontrar admiradora de tantos días.
Veinticinco por trescientos sesenta y cinco
más de los que hubo bisiestos, unos cuantos.
Y rodea las enormes chimeneas,
sobando la exquisita porcelana rota
que un hombre proyectó en arcoiris de color,
disfrutando poder vivir un divino sueño
robado al esquivo y difuso tiempo:
La armonía y fantasía sentida por aquel ser
de poblada barba blanca.
atravesó con sus pies, el Paseo de Gracia.
Trece años, en los que la vida comenzaba
a soñar cuentos de cielos y miradas.
Y deseo subir a la cima de la fachada
adornada de curvas y cientos de vainas,
para acariciar a eternos soldados
cuyos entes guerreros, vivían en el tejado.
Han pasado veinticinco años
y hoy la niña vestida de flores,
cruza el patio de luces, encantado
de encontrar admiradora de tantos días.
Veinticinco por trescientos sesenta y cinco
más de los que hubo bisiestos, unos cuantos.
Y rodea las enormes chimeneas,
sobando la exquisita porcelana rota
que un hombre proyectó en arcoiris de color,
disfrutando poder vivir un divino sueño
robado al esquivo y difuso tiempo:
La armonía y fantasía sentida por aquel ser
de poblada barba blanca.