“Tratamos a los
demás cómo queremos que nos traten.”
¿Es cierto? ¿O
tratamos según nos tratan?
En la primera
opción se podría sentir que somos nosotros mismos. Siendo así la elección puede
llevar a realizarse, a sumar una serie de acciones que confluyen en la unicidad
de cada persona, en hallar ese punto de éxtasis en el que todo fluye alrededor
y en uno mismo.
En la vida se
interactúa con cientos, miles de personas a lo largo de la existencia. Por lo
tanto, también habrá que tener en cuenta, la unicidad del otro, del quien se
tiene enfrente y en el que también vive ese punto de éxtasis en el que todo
fluye.
El problema
surge cuando lo que para uno es básico no lo es para el otro, lo que para uno
es primordial, para el otro no lo es. Entonces… ¿en qué basamos el intercambio
de experiencias?
Con el tiempo, podría decirse que se halla una adaptación al
entorno, un comprender hasta donde se puede llegar según las relaciones
existentes. Habrá personas con las se puedan compartir intensas experiencias y
otras con las esas experiencias tendrán que limitarse a pequeños espacios de
intercambio.
Porque al final
se termina llegando a la misma conclusión. ¿Con qué personas podemos ser
nosotros mismos? ¿A cuáles podemos enseñar hasta la más íntima de nuestras inquietudes?
A aquellas que
saben respetar nuestros límites, sin lugar a dudas. Pero habrá que tener
siempre en cuenta sus límites, pese a no tener nada que ver con los propios.
Así que
debiéramos tratar sin sobrepasar límites, con la condición de que recibir lo
mismo. Esa unión, esa orilla en la que el agua se entremezcla entre piedras o entre granos de arena.
¿Distintos o parecidos?