sábado, 30 de agosto de 2014

Radar


 
 

 
 
 
 
 
Treinta.
El camino se ralentiza.
Los coches se acercan en sentidos contrarios.
Despacio.
Una bicicleta sobrepasa mis huellas. 
 

El radar, desde la lejanía,
escudriña la lentitud de la marcha,
escondiendo sus intenciones de vaciar mis arcas. 
 

Un gorrión se apea de su vuelo en el borde de la cuneta.
Tengo tiempo de observar
sus patitas deslizándose entre las piedras y la arena.
 
 
Pico y plumas patinando. 

Bendito radar.










 

sábado, 23 de agosto de 2014

El mirlo


 
 
 
 
 
 
 
 
Escucho un gorjeo repetido, un pequeño trino. Casi es un ritmo pegadizo, uno tras otro se suceden los silbos.
En la parte central del edificio el sonido es más intenso. Parece estar en lo alto, pero creo que mi oído me engaña. Giro mi cuerpo, busco el sonido, aflautado, como si fuera una melodía constante pero entrecortada.
En la inmensidad del espacio, la puerta indica la salida.
La puerta, con el marco negro, tiene un zócalo de unos treinta centímetros y tras ella, destila el atardecer sus encantos. Allí se halla el caminar del momento, un pequeño mirlo con el pico anaranjado intenso que reitera su continuo trino. Sólo se le ve la cabeza y parte del cuello.
Con sigilo, me aproximo a la puerta y el negro mirlo comienza a alejarse dando saltitos. Mi presencia le incomoda.
Pequeño pájaro, dueño del cantar que se desliza por el aire mientras salta brincando sobre las grises baldosas.
Pequeño pájaro, gran instante.
 
 
 
 

martes, 12 de agosto de 2014

Much@


 
 
 
 
 
"nos"
 
 
 
 
 
 
Me acabo de levantar.
El cielo está saciado de nubes. 

Este último viaje me ha despertado much@. 

Aunque el trabajo y la rutina nos pueda,
tu afán entre pucheros y mi trajín con la plancha
son escóndites de cariño, jilgueros cantores… 

En cada cebolla cortada, en cada camiseta doblada,
todo lo que se dona, todo lo que se recibe.
 
 
 
 
 
 
 

sábado, 2 de agosto de 2014

Viena


 
 
 
 
"nos"
 
 
Recuerdo aquellos tiempos en los que organizábamos la boda. En la que un nuevo gasto que surgía era un escollo más al que casi no podíamos hacer frente.
El viaje propuesto era impensable, pero hicimos un esfuerzo más y fuimos a visitar ese rincón del planeta llamado Viena. Nuestro primer gran viaje, al que acompañamos con embutidos al vacío y montones de ilusiones metidos en la maleta, porque verdaderamente aparte del desayuno incluido en el hotel, era de lo que nos alimentamos aquellos días, de ilusiones y de chorizo y mortadela.
Pateamos las calles de Viena escudriñando todos los rincones, usando vales y descuentos para visitar el palacio de Schoenbrunn, admirar el cuadro “El beso” de Gustav Klimt y escuchar un concierto en las localidades más baratas, allí donde casi no veías el escenario.
Y disfrutamos como niños, sabiendo que a la vuelta venían las vacas flacas, pero no nos importaba porque significaba el inicio de nuestra vida en común, el fin de algunos caminos y el principio de otros.
Dudábamos de si algún día volveríamos a hacer un viaje de ese estilo, si podríamos permitírnoslo y por eso fue especial, único y maravilloso.
Y hemos vuelto con el temple que dan el camino recorrido y las experiencias vividas. Pero sintiendo con tanta ilusión como en aquel viaje hace dieciocho años.