sábado, 28 de agosto de 2010

Emoción escrita







La poesía me suena intensa; en pocas palabras, sin extenderse demasiado hay que devanarse los sesos en colocar sentimientos, emociones e ideas. Calculadas estrofas y rimados versos han de reunir intensidades. Creo que a veces me resulta reducida y escueta dentro de un universo de sentires.


El texto, el relato, da más juego. Uno puede explayarse en relatar lo que está sucediendo con más detalle. Los colores, el lugar y el momento tienden a convertirse en una infinidad de recovecos en los que detenerse por medio de una frase, añadiendo adjetivos que redondeen más la situación relatada.

Pero tanto la poesía como el relato y no hablemos de la novela tienen que crear emoción al que lo lea para que la obra no sea arrinconada. La emoción, esa percepción sensitiva que cada individuo tiene sobre la realidad, sobrepone su intensidad viviéndola desde las experiencias interiores de cada persona.

Es por tanto que un poema que pudiera parecerme arrebatador y terriblemente atrayente, a la persona que lo lea dos minutos después, le resulte totalmente aburrido y carente de significado.

Cuando transmitimos un mensaje, debemos decidir si lo hacemos desde la cercanía, desde la confianza o bien todo lo contrario, confusamente o desde un punto de vista superficial.

Ya puede ser poesía o un relato… El tipo de lenguaje utilizado nos dará las pautas sobre qué tipo de emoción estamos recibiendo o quizá no estemos recibiendo ninguna y se limite a una simple descripción. La emoción que sentimos interiormente ante lo externo que se nos presenta mediante los ojos y los oídos nos hará decidir que es lo que estamos recibiendo teniendo en cuenta nuestra subjetividad o nuestro paralelismo.
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domingo, 22 de agosto de 2010

¿Qué le voy a hacer?











Vive sola y por compañía tiene
a una perrita que le sigue a todas partes.
Deja la rutina del día al azar del momento,
sin planificar nada más que horarios y compromisos.
Y por la noche después de acostarse
se atiborra de comida sin importarle el tipo.
Ante los demás, muy maquillada
poniendo buena cara y presentando respeto.
Y cuando no la ve nadie, vomita
el suyo propio perdiendo.



Víctima de su inconsciencia,
deja al destino que la dirija a su antojo
cuando es su yo,
el que tiene que decidirlo todo.
Parece que quiere seguir metida en el círculo.
Y dice: ¿Qué le voy a hacer?



Chiquilla, despierta de tu cuna
porque ya paso el tiempo de los desaires.
Nadie del afuera te subyuga.
Ya no hay maltrato.



Deja de maltratarte tú.





sábado, 14 de agosto de 2010

Ovejas









Las ovejas se pasean por el amplio campo,
rumiando sus bocas la mullida hierba
que se apresuran en seguir comiendo.

Se miran entre ellas, se acarician en cada roce.

Su pelaje corto desde antes del verano,
crece ahora atrayendo al frío del invierno.

Puntos de blanco sucio en el verde horizonte,
parece pintura que a los ojos mima, aterciopelada,
como encontrando un motivo
con el que rellenar un blanco lienzo.

No saben que las observo.

Ellas siguen comiendo hierba.




martes, 10 de agosto de 2010

Pedazo de pedazos









Cuando nací me formaron a pedazos.
La verdad no sé cuales usaron.
Imagino que algunos buenos y otros malos.

De paciencia creo que usaron bastante.
A quien haya que darlas, gracias
porque vienen en cantidad, bien.
El de tristeza, a veces incordia un poco,
pero con el de alegría, le añado mucha miel.

Convencimiento y amargura, entendimiento y cordura
forman parte de una amalgama que, con solera, me acompaña.

Terminación de trabajos, aturdimiento y cansancio,
encuentro de encuentros de todos mis pedazos.
Amores, cariños y montones de mimos,
abandonados sueños y otros cientos nuevos.

De mis pedazos, cachitos queridos.

martes, 3 de agosto de 2010

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido









Hace casi veinte años, visitamos el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Éramos un proyecto con futuras posibilidades, empezando apenas a poder permitirnos el lujo de hacer ese viaje al monte.


En compañía de unos amigos, recorrimos el cañón de Añisclo, conocimos Gavarnie, el valle de Pineta del que guardo un especial recuerdo del glaciar y del lago Marboré y como no, de la espectacular Cola de Caballo. Dos años después volvimos a repetir la experiencia, mayores conocedores de una parte de esas montañas que nos envolvían con su terrible y espléndida presencia.

De la primera visita cabe destacar, la llegada al pueblo de Bielsa donde nos alojábamos después de las caminatas diarias. Íbamos con un cochecito de 900 c.c. Ford Fiesta modelo L para más señas, que nos llevaba a los cuatro y a un montón de mochilas. Cuando pasamos la localidad de Jaca, el depósito de gasolina llegaba casi a la mitad pero según fuimos siguiendo la carretera, la gasolina se gastaba y nosotros no encontrábamos ninguna gasolinera. Como habíamos salido tarde, se nos hizo de noche por el camino y sin gota de carburante, mi pareja decidió bajar el puerto de montaña de Cotefablo en cuarta para ahorrar gasolina. Como es de imaginar acojonados.

Terminamos en un pueblo, creo recordar que se llamaba Boltaña, rogando al dueño de un bar restaurante que tenía un surtidor de gasolina que nos abriera el mismo, porque no nos arriesgábamos a seguir adelante ante la posibilidad de quedarnos tirados por el camino.

Lo conseguimos y logramos llegar a Bielsa a las dos de la madrugada. Habíamos avisado que llegaríamos tarde pero lo que no esperábamos era que al llegar al hostal estuvieran las luces apagadas. Llamamos al timbre pero nadie acudió. Así que nos metimos en una cabina de teléfonos y empezamos a llamar al hostal. Desde fuera se escuchaba el sonido de la llamada pero nadie venía a abrirnos. Pensábamos que después de todo tendríamos que dormir en el coche cuando a uno de nosotros se le ocurrió accionar el pomo de la puerta de entrada. En la recepción a oscuras encontramos las llaves de las dos habitaciones.

De la segunda vez que visitamos esos parajes, recuerdo que tanto caminata por el cañón de Añisclo como la visita al lago Marboré, terminaron siendo una carrera contra reloj. Las dos veces tuvimos que salir corriendo al venírsenos encima sendas tormentas de aparato eléctrico y estar al descampado. En Añisclo ya veíamos Fuenblanca y en Marboré tocábamos las aguas del lago.

Hace unas dos semanas, se nos ocurrió llevar a nuestro hijo a Ordesa. Se me pasó por la cabeza, lo emocionante que sería llevarle a un lugar que forma parte de mi historia, de mi vida. No sabía si iba a gustarle, pero si lo que significaría para mí.










La subida a la Cola de Caballo resultó laboriosa, trabajada psicológicamente. El peque tiene diez años y una caminata subiendo durante tres horas y media tiene su aquel.

El río atrapado en saltos de vida, rodeado de árboles y altas montañas. Al llegar después de atravesado el bosque de hayas y las gradas de Soaso, la cascada se esconde hasta el último momento, rodeada de piedra y me dices:

- Ha merecido la pena subir hasta aquí.

Yo me quedo con haberte podido llevar a conocer un paraje maravilloso, de haber compartido contigo ese rinconcito de nuestra vida y con tu decisión de volver el año que viene.










Y te aseguro que si podemos, volveremos.