Las golondrinas han regresado.
Cada
año, dan vueltas alrededor de los tejados que rodean a la iglesia. Sus giros,
bailes estudiados a la perfección, dibujan en el cielo alegorías de piruetas,
lazos sin nudos. Las siluetas de pecho blanco y alas puntiagudas me llaman.
Mediante sus reiterados píos organizan una apuesta que ganan. No puedo evitar
mirarlas.
Me
pregunto qué afán perseguirán en cada retorno, cuál es el motivo de que
revoloteen de nuevo en el mismo entrono. Quizá el olor del jazmín que ha
florecido sobre el muro de la iglesia o el tañido de la campana al cumplirse
las horas.
¿Es
acaso el ansia de vida que se respira en el barrio o las corrientes de aire
cercanas al mar que suman junto al risueño jazmín otro aroma, esta vez, salado?
El
paisaje en renovado vestuario engalana la vuelta a los mismos parajes, destino
elegido. Los sentimientos que albergan su corazón, la más pura intuición al reencuentro
con su pareja. Los bichitos hallados por
los rincones ocultos entre las tejas, entre las piedras, base de su sustento.
Cada
año retornan y yo las persigo con todos mis sentidos…
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Me escapo unos días de vacaciones... Hasta la vuelta.