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Hoy, la vida me
obliga a reconvertirme. Hoy, he de asimilar lo duro que en todo camino se
presenta. Esas piedras que en el momento menos inoportuno se te ponen delante y
te hacen tropezar. Tras el tropiezo viene la cura, tras la herida hay que buscar
que la cicatriz sea sanada lo antes posible.
De estar
angustiada, paso a sentirme triste. Y esa tristeza he de combatirla con el día
a día, con el trajín diario que trae la rutina. Con un poema o con un rato
tocando el piano, con un abrazo o con una charla, con el trabajo, con una
comida, con la compañía de las personas que están a mi lado…
Hace años que
aprendí donde no tenía que sentarme, hace tiempo que aprendí que había cosas
que no podía solucionar, y que tratar de arreglar lo que no estaba en mis manos
sólo podía traerme vivir en esa angustia que me podía terminar hundiéndome. Y
que la vida es mucho más que eso, que la vida es uno mismo luchando contra esas
piedras, a las que hoy trato de forrar de terciopelo, como si de musgo se
tratara… Como me dice una amiga, el café me lo tengo que tomar, así que tengo
que cargarlo de azúcar.
Alrededor de las
piedras, fluye el agua que roza la orilla. Los peces la nadan y algunos
animales se sacian en sus humedades. Los árboles ofrecen sombra y ahora en
otoño, encuentran encantador regalar sus colores para que floten dejándose
llevar por el baile de la corriente.
Porque todo lo
que rodea a las piedras va a conformar mi fortaleza, va a traerme energía, para
así demostrarme que el tiempo que destine a cuidar al dueño de las piedras, que ha sido
y siempre serán mi inicio, sea el menos doloroso posible…
Porque aunque
ahora me sienta triste, la vida es mucho más que una tristeza.