Bajo la superficie de la ciudad, anda la gente convertida en visitante del subsuelo. Las luces se pasean entre los agujeros del enorme queso que pareciera ser el metro. Mundo cosmopolita aglutinando idiomas, costumbres y ritos. Ojos cerrados duermen durante paradas en las que se lucha ante las puertas, rozándose los cuerpos. Maletas de viajeros se arrastran buscando sitio.
Una pareja, ella rubia de ojos claros, él con ojos rasgados y junto a ambos, tres niños color café con leche. Indios con brillantes saris, africanos de colores pintados, turbantes en la cabeza y algún que otro pie descalzo.
El metro bajo tierra, unión de culturas, música por las esquinas, trompetas y saxos. El metro, transporte de rapidez engalanado, encuentra otra ciudad, de otro mundo, de otro rango.