martes, 28 de septiembre de 2010

Pintando







De las manos de un niño salieron todos los colores, colores limpios, tan transparentes que suenan a delirio. Tan suyos que ni parecen verdaderos.


Pintó el monte de tono parecido al de las ramas de los árboles, verdes los dos. El cielo intenso que se reflejaba en el agua, azul. Las nubes que se paseaban, blanquitas como ovejas y el sol que brillaba, amarillo limón. Los tejados de las casas, rojos y los troncos de los árboles, marrones como el chocolate que se comían las niñas vestidas de rosa. Los pensamientos y alguna que otra flor, morados, y negro lo justo, las largas melenas y los zapatos.

Con el tiempo cambió la manera de observar los colores.

El rojo envuelto en sangre ahogaba la negra rabia en campos de amapolas, donde el verde seguiría siendo el mismo verde, amplio, limpio, de hierba recién cortada, de húmedo musgo saciado entre corolas, rojas como la nariz de los payasos.

Por costumbre, el blanco, nieve de suave caída. Copos floreados, cadencia. Atrae al silencio que se instala cómodo entre el frío. Esquina de un hueco único.

Y siempre el cielo azul, aunque tenga nubes delante, tranquilidad arropada de estrellas aunque haya sol. Esperanza de mañanas con cada abrir de ojos, con cada amanecer.

Limones amarillos, energía desbordada. Abrir de manos, dar a borbotones, abrazos, suspiros de roces entre semejantes. Chispas de sinceridad, de alegría saciada.

Aurora de madrugones. Anaranjado amanecer. Recarga de esencia que nos rodea en cada iniciar el día.

En el marrón el protagonista siguen siendo los troncos de los árboles. Que bien le vienen los abrazos. El chocolate.

A la tristeza le prestó el morado, color unido al pensamiento que hay que tratar de aislar en un rincón. Los tonos de gris, mejor pintarlos poco aunque siempre están presentes. Se reparten la angustia, la desesperación, la mentira, la melancolía…

Y el rosa, para los chicles de fresa.

 
 
 

sábado, 25 de septiembre de 2010

La palabra












Aquí está todo. La palabra que sale ahora mismo de la punta del bolígrafo.


Escribo y en cada línea, el miedo a no llenar el papel se va disolviendo en la nada. Lo tengo todo, lo necesario para que se vaya formando lo que ya está escrito. En mi brazo deslizando mi mano se hallan la fuerza y las ganas que me lleven a seguir y en mi mente ese espíritu de querer hacerlo.

Está escrito. Lo que se ve y lo que se siente no hace falta buscarlo. Lo que se escucha, lo que se toca, lo que se saborea, lo que se huele. El hilo entre escribir y no hacerlo es finísimo, como el equilibrio que se acaba encontrando con el vivir. Ese filamento sutil y delicado que de tocar demasiado puede llegar a temblar como las gotas de rocío con la brisa de la mañana.

La belleza recorre la tristeza y la esperanza, un amanecer y el meterse a la cama. ¿Es bella la tristeza? ¿De verdad lo es? Tan emocionante que merece ser escrita. Y acostarse por la noche. Introducir el cuerpo entre sábanas, estirarse y sentir como viene el descanso y la relajación.

La palabra, magnífico prodigio que ayuda a explicar los sentimientos y las emociones. Hablada o sobre el papel llevan a un encuentro con uno mismo. La palabra…. Me duelen los ojos, al cerrarlos más todavía. Que no tendrá la palabra que me permite expresar este instante de mis ojos.

Que no amará la palabra, que nos acompaña siempre.




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domingo, 19 de septiembre de 2010

La trucha







"nos"




Bosque de hayas, bosque de abetos. Verdes hojas enlazadas. Río caudaloso saciado de cascadas. Terminan los árboles y llegan las flores que llenan el valle. El camino limpio. Altas montañas terminadas en riscos cuyas cumbres rozan el cielo. Nubes que corren atrapadas en corrientes de viento, traen sombras a la tierra.


Entre las piedras de la orilla, respiraba agonizante. Su piel destilaba brillos con los rayos del sol reflejados en su lomo. La introduje en el agua y mientras un plátano y algunas avellanas saciaban el apetito, su quietud inquietaba. Su cercana lejanía alertó de su final. Algo le sucedía. Estaba rodeada de belleza. Su pequeño cuerpo estaba siendo comido por diminutos caracoles blancos. Tan bonitos, tan letales. Se los retiré de la piel y la lancé al centro del río. Quizá allí recibiera más oxigeno, más vida.

Había saltado del agua a la tierra aquella trucha del color del arcoíris. Buscando aventuras, casi encontró la muerte.



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domingo, 12 de septiembre de 2010

Siempre era una emoción





 




"Loarre"




Era una emoción.
Siempre.
Ya podía ser una alegría o una tristeza
que todo era una intensa emoción.
Rodearme de montañas
o llorar desconsolada,
todo era una inmensa emoción.

Hasta que entendí que todos los sucesos
no podían ser tratados de la misma manera.
Podré sentir terriblemente una muerte
pero no de igual forma, una puñalada trapera.

Para hacerlo, me escapé de mis adentros
y con esfuerzo miré mi reflejo en el espejo.
La emoción era dueña de todos los rincones,
grandes, minúsculos, gigantes y menores.



¿Merecía esto?
¿Merecía sentirme así?
¿Merecían que me sintiera así?



Al retirar esa enorme emoción,
la ilusión se fue corriendo…
Ni me molesto en buscarla.
Ahora vivo, siento…
Con otras cosas, pero sueño.



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sábado, 4 de septiembre de 2010

Pájaros





"nos"





Las he observado en el cuarto de baño,
colocando con coquetería un velo sobre otro.

Dentro de su mundo,
se pintan las uñas, se maquillan el rostro.
Pasean en grupos, se ríen alegres
otean el horizonte de El Cairo.

Después se giran y nos observan a nosotros.

Acuden al reclamo,
con sus melenas escondidas tras colores vistosos.
Queremos sentirnos juntas, nos miramos.

Anhelantes de nuestro mundo,
pájaros que no vuelan
quieren rozarnos las alas.

Se acerca un policía. No vengas.
Sólo queremos unirnos
en una foto para la eternidad.

En esa imagen alzan el vuelo,
pájaros que quieren volar más.