
“No les digo por donde saqué a la abuelita porque seguro que no reeditarán el cuento”.
Mis ojos se abrieron como platos. Leí la frase una y otra vez. Comparando con la de otras semanas, la de ésta parecía terriblemente complicada. Mi imaginación que en ocasiones se desborda, estaba seca, como el riachuelo después de un estío caluroso. O como una estación de esquí sin nieve, castigada por la meteorología.
Allí sentada frente al ordenador, no se me ocurría de dónde podía sacar a la abuelita para comenzar el microcuento.
Pero un instante después el bolígrafo se lanzó, arremetiendo contra el papel para escribir:
“Mis ojos se abrieron como platos”…
Mis ojos se abrieron como platos. Leí la frase una y otra vez. Comparando con la de otras semanas, la de ésta parecía terriblemente complicada. Mi imaginación que en ocasiones se desborda, estaba seca, como el riachuelo después de un estío caluroso. O como una estación de esquí sin nieve, castigada por la meteorología.
Allí sentada frente al ordenador, no se me ocurría de dónde podía sacar a la abuelita para comenzar el microcuento.
Pero un instante después el bolígrafo se lanzó, arremetiendo contra el papel para escribir:
“Mis ojos se abrieron como platos”…