miércoles, 31 de agosto de 2011

Esas fotos mágicas







Tengo una fotografía curiosa. Mi hijo metido en un cajón. Lleva puesto un pequeño pijama blanco. Tenía dos meses cuando doblé una toalla para que apoyara la cabeza en ella y lo introduje allí. Precioso. Cuando tuve la foto delante me pregunté cual había sido la razón, el impulso para hacerla.

Pocos años después, a escondidas, les quité unas fotos a mis padres, unas fotos en las que aparecía mi cara redonda y pequeña. Cuando yo era una canija, mi padre que era aficionado a la fotografía, tenía equipo de revelado, resultando que tengo más fotos de las que puedo contar. Me acuerdo de que la lavadora vivía en el cuarto de baño y sobre ella montaba todos los trastos y organizaba en la bañera un tenderete con pinzas. En una de aquellas fotos descubrí el misterio de haber metido a mi hijo en el cajón.

Hace poco, ha estado curioseando entre sus fotografías, ya que todavía comparte sus sueños con un elefante que le acompaña desde que nació y quería encontrarle por allí. Resulta que aparte de a su elefante, ha dado con la fotografía del cajón, así que le surgió la misma curiosidad que a mí años atrás.

¿Por qué le había hecho una fotografía metido en un cajón?

Hay fotos que marcan, que enseñan historia, que son como un claro del bosque que resulta tan mágico que quieres que se repita con los que te siguen. Y eso quería que fuera para él esa foto. Que se preguntara por qué, que le hiciera sentirse distinto, que tuviera por detrás una situación que le hiciera pararse y recordar su niñez, todos esos momentos. Su madre metiéndolo en el cajón y su padre sacando la foto.

Como mi foto, con poco más de un año, metida en una papelera del parque.




domingo, 28 de agosto de 2011

Como si...






Como si el tiempo no existiera,
como si la vida se sintiera eterna,
como si los cientos de puentes a cruzar
nunca a derrumbarse fueran.
Como si nunca me hubieran herido,
utilizando de palabras, rotundas flechas.
Uso tiritas que oculten las penas
y en belleza bañadas, pequeñas vendas.
Como si cada instante un inicio fuera,
como si mañana a volver naciera,
abro los ojos a la luz que me observa
pintando el camino de cielo azul turquesa
y de gozoso verde naturaleza.

Pero a veces, el miedo cae a plomo y aterriza,
y continuar la estudiada vereda no puedo,
la escritura de las sombras se aproxima
supurando angustia y algún que otro recelo.
Considero enormemente eficaz la retirada,
logrando el miedo, de las esquinas, hacerse dueño.
Se ahoga de nuevo la pérdida esperanza
y yo a descansar al bosque, regreso.




viernes, 26 de agosto de 2011

Venecia



Bomberos




Por la mañana en el Gran Canal




Góndolas




Pasarela




Santa María de la Salute desde la Plaza de San Marcos




"Boy with frog" en la Dogana di Mare



"nos"


El agua, mojada y líquida, juega a encontrarse, a saberse irrepetible. Flota entre miles de palafitos, separando a las partes de un todo que se amiga por medio de esenciales puentes, puntos de unión entre los lados de los viajeros canales. 

Los canales, esas líneas de vida única, distinta pero cierta, donde las barcas esperan a la entrada de los portales para salir a la aventura, donde las negras góndolas pintan de romanticismo cada esquina, cada perspectiva. Donde las motoras, transportistas de rutina, trasladan sin descanso agua para beber, fruta para comer, hierros con los que montar andamios. Taxis, policías y bomberos también hallan en la motora su movimiento certero por las aguas de la laguna. Los vaporettos, buses de mar, testigos del sinfín de turistas, los trasladan de isla en isla a nuevas visitas.  

Caminantes, las calles se enmascaran de carnaval jugando al escondite, aquí un pozo en medio de una diminuta plaza, allí un comercio con su escaparate adornado de bolsas de macarrones coloristas. Los carros con ruedas, salvadores de lo insalvable, trasiegan entre personas llevando a cada rincón de la ciudad las necesidades básicas y las creadas por los sueños. 

Venecia, donde cada nuevo paso suena mágico porque lo no visto tiene su sitio, siendo la sorpresa el momento en cada segundo, en cada impulso. Tan suya, Venecia.






sábado, 20 de agosto de 2011

Santa Croce



El escritor Stendhal relató en su libro “Nápoles y Florencia: Un viaje a Milán a Reggio”, después de haber viajado a Florencia en 1817:
"Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme".
En 1979, la psiquiatra italiana Graziella Magherini lo consideró un síndrome, al observar más de 100 casos entre turistas y visitantes en Florencia, cuna del Renacimiento.
El síndrome de Stendhal (también denominado Síndrome de Florencia) es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en grandes cantidades en un mismo lugar.
Más allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, el síndrome de Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico.
Información encontrada en Wikipedia.

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Para juzgar y paladear lo que encontró en aquella iglesia,
tumba de genios, como Miguel Angel, Galileo Galilei, Dante Alighieri, Nicolás Maquiavel, Gioacchino Rossini, Vasari, Lorenzo Ghiberti y Ugo Foscolo,
van las siguientes fotografías.




Puerta principal




Techo de capilla




Tumbas en el suelo




Tumba de Galileo Galilei




Tumba de Miguel Angel Buonarrotti




Tumba de Dante Alighieri


Fachada principal



martes, 16 de agosto de 2011

Como de película






El avión es pequeño, destino a casa. Dos filas de primera clase. Estoy sentada en el 4C, asiento.
Desde mi posición le observo. Una camisa azul a rayas y unos pantalones vaqueros. Conversa con una  de las azafatas y con el comandante del vuelo. La puerta del avión, todavía abierta, le sirve de respiradero. Nos avisan por megafonía que en breves instantes despegaremos. Con el vaso de agua que le han ofrecido se traga una pastilla y tranquilidad a sus sesos. O eso creo.
Un pasajero de primera clase pregunta a la azafata qué sucede. Parece que el hombre de la camisa azul tiene miedo a volar y se le suma claustrofobia al asunto. El comandante de la nave le llega a ofrecer entrar en cabina. ¡Entrar en cabina! Vamos todos aviados si le da un yu-yu  ahí dentro.
El asiento situado delante de mí está libre. En vez de sentarse en el que le correspondía, bastante más atrás, lo sitúan allí, 3C. Cierran la puerta y comenzamos a movernos.
Echa los brazos hacia atrás y se sujeta al respaldo del asiento. Mientras el avión se mueve por la pista hasta situarse en la de despegue, gira repetidamente la cabeza hacia atrás mirando el interior del habitáculo en el estamos metidos. Nos detenemos. Hay varios aviones esperando para despegar. Pasan diez minutos. La azafata se levanta y se acerca. El hombre del 3C le dice que quiere bajarse del avión. Avisan de que hay un pasajero que se encuentra mal y que volvemos a la terminal. Regresamos, el pasajero desciende pero ahora resulta que hay que buscar su maleta entre todo el equipaje. Un cuarto de hora más.
El calor nos atrapa. La azafata recorre el interior del avión con una bandeja sobre la que transporta vasos llenos de agua. Han encontrado la dichosa maleta. ¡Vete en coche!
Otro aviso. Se ha estropeado el aire acondicionado. Hay que desembarcar. Todos a la calle bajo la sombra del avión. Otros diez minutos hasta que llega un autobús a recogernos. Entramos por la misma puerta por la que salimos. Tienen que sacar todo el equipaje del avión para llevarlo a otro. Tiempo indeterminado de espera. ¡A saber para cuando nos vamos!
Tres horas más tarde de la hora de salida, fletan otro avión que por fin nos lleva a destino. Al aterrizar se deshace el nudo que tenía en la garganta.
Una de las maletas llega destrozada. Menos mal que tiene forro por dentro y no se ha caído nada.

Llegamos a casa. ¡Amén!




martes, 9 de agosto de 2011

Piedra blanca









Palacio Vecchio, Florencia.



 



Piazza della Signoria, Florencia.



"nos"




El mármol blanco me recuerda al papel, blanco también.
Del que pueden sacarse maravillas con el trabajo diario.
Tan albo que deslumbra. 
Mazo y cincel,
extensiones del artista cuya mente ya sabe
lo que se esconde dentro del bloque calizo. 
Roca destinada a la tibieza de un pecho desnudo
o a la ternura de la cara de un niño.
Fortaleza desbordante en los músculos del héroe,
astuta crueldad en la posesión del poder. 
A golpes y con delicadeza,
se traslada la imaginación a la piedra.









sábado, 6 de agosto de 2011

Santa María della Salute















 "nos"






De los restos de la peste maldita
brota de las aguas un eclesial edificio,
promesa cumplida de los cánticos de un dogo
por las mismas llagas que provocaron su llanto, muerto.
Junto a la Dogana di Mare
un octógono de piedra esculpido.
Diezmada su población, hace Venice las paces
con su perdida salud, della Salute, Virgen nace.
Un corro de espirales adorna las fachadas,
bajo su cúpula redonda duermen cálices de plata,
los que lloraron mis ojos al ver desde el avión,
girando exquisitas volutas de arenas labradas. 
El brillante suelo del interior,
Las pinturas de Tiziano y Tintoretto
la salud que brilla en pos de ella misma
Y el sol que luce de sus adentros.