Llueve. Mayo
insiste en acompañar húmedo a la primavera. La ropa de verano se resiste a
salir de su retiro. Envuelta en plásticos, reposa tranquila de los desaires del
frío. En las montañas, la humedad se deposita blanca sobre las cumbres,
pintando de albura su tacto al cirroso cielo.
Nos dirigimos
hacia el destino, incierto, como todos los años. El temporal no nos amedrenta
en nuestro buscar, esperando que según se sumen los kilómetros, las nubes
permitan al sol asomar sus calideces.
Comienzan a
aparecer los verdes campos a los lados de la carretera, a veces sinuosa, otras
veces para perder en el horizonte la mirada. Esos mares de olas inmensas
peinadas por el viento, donde el trigo arrebuja sus espigas, chupando el agua
que, a ratos, no cesa en su empeño de nutrir el camino.
Ese camino que,
en el borde, dibujando de carmín el paisaje, ofrece una perspectiva divina…
Al encuentro de
ese campo de rojos ababoles que me obligue a exclamar:
¡Es aquí! ¡Para
el coche! ¡Para!

Mayo 2013. Mis coloradas....