
La vida te obliga a cambiar. Según van pasando los años, avanzas o retrocedes, creces o te estancas, nutres tu ser o lo tienes muertito de hambre, preguntándote que le das de comer. Y cambias porque la vida te obliga a cambiar, porque los demás cambian si quieren y no siempre al ritmo que tú quisieras. Por algo mudan los pájaros las plumas o los árboles las hojas… De tan viejas no servirían para volar unas o para abordar la fotosíntesis las otras.
Y cambias porque sino la vida te machaca, te envuelve en las creencias de los demás, te ahoga y entonces tienes que salir a buscar aire fresco, subir al monte y entre verdores y cielo transparente, abrir tu morral y llenarlo de viento, para que cuando vuelvas tengas donde reponer energía.
Pero los demás no ven eso, los demás ven a alguien distinto, a alguien (en una conversación sostenida hace poco) que ha perdido espontaneidad, que no sonríe como antes. Y te lo dicen a la cara, clarito para que te enteres, maja. Es que menudo problema tienes, que problemón, es que no se te ve espontánea.
Y entonces respondo que soy espontánea con quien se lo merece, no con quien a la mínima ocasión que tiene, trata de hacerme daño. Y eso que parece que tanto gusta a los demás de mi forma de ser, sencillamente no sale.
Entonces resulta que la peña se ve reflejada en lo que digo, aunque estoy hablando de manera muy “impersonal y general”… (Mentira cochina).
Y te dicen: “Bueno, es que aunque hayamos tenido roces, ya sabes que te aprecio.”
Y me río con ironía porque la espontaneidad sale porque sale con las personas me cuidan. Sin pensarlo, viene sola, cuando estoy con mi familia, con mis amig@s y cuando estoy sola bailando y cantando.
¡Ay! ¡Qué fácil ponemos pegatinas a todo! Y que conste que yo también lo hago.
Y cambias porque sino la vida te machaca, te envuelve en las creencias de los demás, te ahoga y entonces tienes que salir a buscar aire fresco, subir al monte y entre verdores y cielo transparente, abrir tu morral y llenarlo de viento, para que cuando vuelvas tengas donde reponer energía.
Pero los demás no ven eso, los demás ven a alguien distinto, a alguien (en una conversación sostenida hace poco) que ha perdido espontaneidad, que no sonríe como antes. Y te lo dicen a la cara, clarito para que te enteres, maja. Es que menudo problema tienes, que problemón, es que no se te ve espontánea.
Y entonces respondo que soy espontánea con quien se lo merece, no con quien a la mínima ocasión que tiene, trata de hacerme daño. Y eso que parece que tanto gusta a los demás de mi forma de ser, sencillamente no sale.
Entonces resulta que la peña se ve reflejada en lo que digo, aunque estoy hablando de manera muy “impersonal y general”… (Mentira cochina).
Y te dicen: “Bueno, es que aunque hayamos tenido roces, ya sabes que te aprecio.”
Y me río con ironía porque la espontaneidad sale porque sale con las personas me cuidan. Sin pensarlo, viene sola, cuando estoy con mi familia, con mis amig@s y cuando estoy sola bailando y cantando.
¡Ay! ¡Qué fácil ponemos pegatinas a todo! Y que conste que yo también lo hago.