sábado, 28 de marzo de 2009

Bichitos




Amanece para los durmientes. El sol deposita, caliente, esquinados rayos por doquier, ahuyentando la oscuridad nocturna.

Por alguna rendija entre el cemento blanco, recién despierto, se ha colado el bichito. Se pasea correteando sobre las frías baldosas alardeando de su montón de patitas. El niño enciende la luz y deposita el contenido de su vejiga en el baño. Se gira para retornar a la cama, medio dormido, y lo encuentra en su ángulo de visión. Sale corriendo y nos despierta con su trotar por el pasillo.

- ¡Hay un bicho! ¡Un bicho que corre en el baño!
- Bueno, no pasa nada, vete a poner las zapatillas y la bata.

Se pone las que no usa nunca, esas que son calcetines con suela. Mientras tanto, su padre se acerca al baño y escudriña los rincones, pero el bichito ha decidido irse de paseo.

- En el baño no hay ningún bicho.
- Esta semana he visto alguno, seguramente faltará algún trozo de cemento entre la taza y el suelo y se habrá colado por ahí.

De repente el niño, en el pasillo, comienza a gritar. Su cara es una mueca. El bichito, verdaderamente, está recorriéndose toda la casa. Se halla junto a sus pies. Su padre se acerca, lo espachurra contra la madera y lo recoge del suelo. Él, al ver lejano el peligro, se derrumba y comienza a llorar y yo que ni me había movido de la cama me levanto a consolarle. En un momento descarga, la tensión acumulada en cinco minutos.

Pero llega el momento de volver al baño. Es imposible. Se queda en la puerta, mirando el suelo. Le explico por donde ha podido entrar el bichito, que se habrá criado junto a las tuberías. Le obligo a entrar y conmigo al lado, estudia con detenimiento la base de la taza del váter, hasta que encuentra un rincón donde el cemento se ha esfumado.

Esa misma tarde, después de pasar el aspirador por todas las rendijas, sellamos con silicona el perímetro causante de la conflictiva situación. Parece que todo ha vuelto a la normalidad. Los bichitos tendrán que visitar otro domicilio.


miércoles, 25 de marzo de 2009

En la hora de la poesía



En la hora de la poesía,
tocan emociones tristes.
No siempre se puede estar
como una peonza en movimiento
o como una flor de pétalo abierto.

Son rachas, dicen, pero lo cierto
es que busco la tranquilidad del capullo,
para reposar la conciencia
y serenar la visión de una caja.

Últimamente son demasiadas
las que por la cabeza rondan.



domingo, 22 de marzo de 2009

Cai Guo-Qiang........Quiero creer



No se puede tocar nada. Las cuerdas te separan.
Los vigilantes te controlan. Se siente el estado de alerta.

No pueden controlar la mente.
En el interior de la cabeza, no pueden saber lo que sucede.

Un torbellino de emociones
contemplando porcelana rota en el navío naufragado.
La pólvora desgarrada,
manchando telas y una peonía blanca.
La manada en grupo, choca contra sus ideales,
caen y se ciegan nuevamente,
para volver a retornar al mismo camino.
Las figuras en sufrimiento comparten un espacio
que desgarra por su sencillez y por su dureza.
Esclavitud y crueldad reflejada en arcilla desgajada,
en las caras, en los gestos, en el alma.

Me detengo.
Las manos moldean lo imposible,
rodeadas de personas y estatuas rotas.
Tiran de una madre con su bebé en brazos.
Las manos, las manos trabajando cada recoveco,
cada esencia de un mundo asustado.

Caen ríos de agua por las mejillas,
ante mis ojos que no pueden aguantar
la intensa emoción que les embarga,
las manos, las manos, las manos están creando.

Museo Guggenheim BILBAO
(Las fotografías son de otras exposiciones de este autor)

jueves, 19 de marzo de 2009

Mi sombra



"nos"


Me sigues y persigues.
Buscas y hallas con el sol
tu sombría existencia.
Te transformas y cambias
en perfil escurridiza
y en presente regordeta.
Me desplazo, acompañas mis andares
y mientras visito montes y lares,
paladean mis ojos saludando radiantes,
revoltosas alegrías a mis males.
Entre las rocas, acontece mi mirada
posada en tu presencia y ahora
te sigo y persigo,
mi risa se desmadra.
Shhhhh, la gente que pasea me mira.
¡Qué no nos descubran! ¡Calla!


sábado, 14 de marzo de 2009

Ezequiel



Se escondió la luz de tus ojos
cuando los abriste a ella misma.
Inmaduros no pudieron soportar
tanta blancura y claridad.

Gritaba tu boca desesperada,
pedía comida y rayos de vida
que llenaba tu cuerpo de ganas,
saciando tu madre tus ansias de plata.

Se arrastraban las manos tocándolo todo,
palpando tu tacto, sonrisas y miedos
que anulaste, tirando barreras, creciendo
a nuevos instintos, a viejos anhelos.

Tus pupilas no miran, tus ojos no ven
mas que oscuros desaires que te hieren la piel,
pero arrancas por sonidos y voces, la mente
que te trae dulzura y caprichos de miel.

Hace años que no nos sentíamos,
y hoy descubro con asombro que me ves,
escuchando el tono, sin mentarte quien soy,
me llamas, muchacho, preguntas mi bien.

¡Cuánto has crecido! ¡Más alto que yo estás!

Sueñas con sueños, nombras mi nombre
en encuentro de sorpresa para mí,
encantada de sentirte, me siento contigo,
pequeño chiquillo, gran Ezequiel.


miércoles, 11 de marzo de 2009

33




El mismo día que cumplí siete años, mi madre llegó a los treinta y tres. Por casualidades del destino, las dos habíamos nacido el mismo día. El por qué, vete a saber.

Aquel año, desde el primer momento, comencé a tener la sensación de que a mi madre iba a sucederle algo y que fuera lo que fuera no me iba a gustar. Todos los días, la veía levantarse como si nada pasara y en el fondo es que no pasaba nada. Sería mi imaginación que se desbordaba o quizá lo relacionaba con la recién iniciada catequesis, a cuento de la edad que tenía Cristo cuando murió. Lo cierto es que pasé aquel año observándola y esperando un cambio, una respuesta a esa especie de premonición que se paseaba por mi cabeza. Contaba los minutos, los segundos y cada día que pasaba se convertía en un nuevo motivo de angustia, porque el plazo terminaba y seguía sin ocurrir nada extraño.

Y nada sucedió, terminó el año, cumplí los ocho, treinta y cuatro ella y la vida continuó su curso. No conté a nadie lo sucedido y durante mucho tiempo me pregunté de donde había sacado aquella sensación que después olvidé.

Años después, mi pregunta fue respondida, la relación entre ese número y mi madre, aquella premonición dio sus frutos.

Cuando mi madre murió, yo tenía treinta y tres.


sábado, 7 de marzo de 2009

Brotes nuevos




"nos"


Son los trinos, compañeros de juego
de los nuevos pétalos del árbol
y los pájaros, hacedores de cantos
de nuevos aromas envueltos en manto
que trae despertares de anunciada primavera,
días luminosos y ausencia de llanto.

Visten las ramas su cuerpo de flores,
pasarela que la Cibeles envidia tuviera,
no podría lograr semejante diseño,
ni en capas, ni en telas, dichosa madera.

Con galantería adorna la lluvia, los charcos,
cristales de agua dibujando espejos,
creadores en crisis, arrancando al invierno,
últimos coletazos de nubes y vientos.

Arranca expectante, en brotes naciendo,
Natura encontrada y sueños nuevos.




jueves, 5 de marzo de 2009

Triquiñuelas



Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito.

Seguro que es el vecino del quinto, afirmaba mi padre y mi madre le sugería que pudiera ser la del segundo que, envidiosa por el coche que nos habíamos comprado, se paseaba como quien no quiere la cosa y arremetía contra su reflejo.

No me prestaban atención. Nada. Como si estuviera difunto. Me acerqué al coche y moví el espejito de nuevo, rabioso, pero en ese momento mi padre cerró la puerta y me atrapó los dedos. Mi madre se puso histérica, pero logré que me abrazara un buen rato, mientras el dolor me machacaba la mano.

lunes, 2 de marzo de 2009

Once upon a time in America o de cuando se cumple un sueño







Tengo una caja en la que guardo sueños. Algunos son utopías que seguirán ocultas hasta el fin de los tiempos. Otros, imposibles, porque sencillamente no son para mí. Después están los reales, los que tienen posibilidad, los que pueden ser en la vida. Dentro de estos hay doy tipos, los que sólo dependen de mi esfuerzo y trabajo diario y los otros, que vendrán de lo que me quieran conceder los demás. De esos últimos aprendí, de un tiempo a esta parte, que era mejor no buscarlos, incluso callar y no esperarlos, a pesar de estar sintiendo la posibilidad muy cerca.

Un cuarto de hora, diez minutos antes, te dices que no va a suceder, pero cinco minutos, cuando sólo faltan cinco minutos, ya sabes que si, que el sueño se va a convertir en realidad. Entre risas y fiesta baila la música y bailan las notas al compás de quien las toca. Y cuando alzo la mirada entre mis manos y la partitura, suena “Once upon a time in America”.