
Esperó a que llegará, sabía que estaba allí. Apareció envuelta en un halo de tristeza, con los ojos empañados de lágrimas. Cuando la miró, rompió la capa acuosa que anegaba el espacio bajo los párpados. Se dió cuenta de que ya no podía más.
- Se que estás triste, lo se- le dijo. - Se que aguantaste lo que pudiste, que pese a saber que sus palabras te estaban haciendo daño has estado ahí, al pie del cañón, poniendo buena cara.
- Es que ya no puedo más. Me he exigido demasiado y siento que él no lo ha hecho. Que piensa que con bonitas palabras va a borrar todo el daño que llevo dentro. Ya no es cuestión de perdonar, ya no es eso, lo que pasa es que siento que nunca va a reconocerlo, que nunca va a ser capaz de ponerse delante mío y agachar la cabeza. ¡Creía tanto en él! Pero él, se considera demasiado buena persona, como para darse cuenta de la crueldad que puede destilar.
- Pues te toca madurar, sentir que puedes llevar adelante tu vida, que puedes hacer muchas cosas, crecer sin ese peso que llevas cargado sobre los hombros.
- En el fondo, dejar de ser esa niña tonta, que mucha gente quiere que siga siendo...
- Lo que tienes que hacer es continuar con el paso firme, saberte una mujer con tu destino en tus manos. En tus manos, no en las de otros.
- En mis manos. Pensaré en esas palabras... En mis manos...