
Quito las cortinas de la ventana y limpio las dos, las cortinas y la ventana.
La ventana se queda sin cortinas hasta que se sequen.
Entra luz a través del cristal, tanta que me deslumbra.
Sentada en una banqueta, miro al exterior.
Las flores, la barandilla del balcón, la lluvia que todo lo moja, la casa de enfrente, la hierba del jardín…
Me miro observando lo que me rodea, lo que me envuelve. Me miro mirándolo todo con ansia, con especial atención. Me miro con esos ojos que se detienen en los montocitos que los gorriones han esparcido por el balcón. Les gusta visitarme y revolcarse en las macetas, esos piadores de caminos, nadadores de tierra.
También algún petirrojo suele pasearse por aquí, a comerse las migas que ha tirado el nieto de la vecina de arriba… Creo que está convencido que mis flores tienen hambre. A veces también tira patatas fritas.
La calle adornada de jardines, farolas, bancos y papeleras ofrecen más motivos para seguir mirando. Y la gente… La gente que pasea sus sueños por las esquinas, unos montados en bicicleta, otros recorriendo el camino hacia casa. Sale un perro corriendo de un rincón y su dueño le grita. ¡Vuelve aquí! Y el perro vuelve meneando el rabo.
Por un momento pienso en no volver a poner las cortinas, en dejarlas olvidadas en una balda, pero a la hora en que aparece la luna, mi cocina sería el escaparate de todos los vecinos.
¡Qué maravilla tener estos ojos que todo lo quieren ver!
La ventana se queda sin cortinas hasta que se sequen.
Entra luz a través del cristal, tanta que me deslumbra.
Sentada en una banqueta, miro al exterior.
Las flores, la barandilla del balcón, la lluvia que todo lo moja, la casa de enfrente, la hierba del jardín…
Me miro observando lo que me rodea, lo que me envuelve. Me miro mirándolo todo con ansia, con especial atención. Me miro con esos ojos que se detienen en los montocitos que los gorriones han esparcido por el balcón. Les gusta visitarme y revolcarse en las macetas, esos piadores de caminos, nadadores de tierra.
También algún petirrojo suele pasearse por aquí, a comerse las migas que ha tirado el nieto de la vecina de arriba… Creo que está convencido que mis flores tienen hambre. A veces también tira patatas fritas.
La calle adornada de jardines, farolas, bancos y papeleras ofrecen más motivos para seguir mirando. Y la gente… La gente que pasea sus sueños por las esquinas, unos montados en bicicleta, otros recorriendo el camino hacia casa. Sale un perro corriendo de un rincón y su dueño le grita. ¡Vuelve aquí! Y el perro vuelve meneando el rabo.
Por un momento pienso en no volver a poner las cortinas, en dejarlas olvidadas en una balda, pero a la hora en que aparece la luna, mi cocina sería el escaparate de todos los vecinos.
¡Qué maravilla tener estos ojos que todo lo quieren ver!