
Pescadores, con los sedales apenas visibles de sus extensas cañas perdidos dentro del agua que envía destellos multicolores. El puerto, envuelto entre amenazantes nubes es presa de gran actividad a pesar de hallarse vacío de los grandes barcos que horas antes descargaban su pesca.
Ahora somos aficionados, buscando pasar una tarde agradable los que ocupamos las esquinas y nos apoyamos en los norays, mientras enganchados en los punzantes anzuelos, trozos de pan, lombrices y restos de pescado llenan las bocas de los atrevidos peces que sacian su hambre arriesgando su vida quizá sin saberlo.
A lo lejos se observan descargas eléctricas en el cielo, rayos zigzagueantes rompiendo como hoja de papel rasgada, el paisaje cargado de energía a punto de reventar. El olor a ozono arrebata impregnándolo todo. Nos damos cuenta de que la tormenta está más cerca de lo que parece pero como acabamos de llegar decidimos quedarnos.
De repente comienza a llover tan intenso que nos obliga a guarecernos bajo los voladizos de las lonjas, pero es tal la fuerza del viento que aún teniendo abierto el paraguas las gotas no resiste el feroz embate y traviesas, nos mojan la cara.
El espectáculo es magnífico. El agua del mar salpicada fuertemente se explaya mostrando las corrientes en su superficie. Parece que cambiase el color y la textura en las pequeñas crestas que se forman.
Se crean verdaderos ríos en la extensión antes plagada de pescadores, ríos que van a desembocar al revuelto mar en enormes cascadas. Pero el viento no lo permite y según comienza la caída libre, empuja hacia atrás el agua provocando una contracorriente sostenida por si misma en el aire mientras crea formas caprichosas e indefinibles.
Las nubes corriendo, los electrizantes rayos que no cesan de descargar su naranja energía y el viento dominante proporcionan una armonía apabullante que hace que nos retiremos a un refugio cercano desde el que, con un café caliente, seguimos contemplando la furia de la tormenta.
Es en esos momentos, cuando más me sorprende la naturaleza por si misma bella y exultante. Tranquilidad y sosiego pueden convertirse en un momento en anormal fuerza que sin duda bella también muestra otra manera de ofrecerse. El hecho de disfrutar de esta vertiente, no sólo de las tranquilas aguas, me transmite con más ilusión la alegría de estar viva, de poder apasionarme con lo que aprecio, de sentir que mi cuerpo se envuelve de especial contento ante lo que sin más es, una tormenta.